Cada vez son más los estudios que escarban en los perniciosos efectos —tanto a corto como a largo plazo— de dormir mal. Hacerlo menos de seis horas de promedio por noche está asociado a un mayor riesgo de mortalidad y a problemas de salud como hipertensión, obesidad, diabetes y cardiopatías.
En el caso de los más pequeños de la casa, el sueño de los niños está estrechamente relacionado con la salud del cerebro.
Un estudio de 2022 financiado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) que identificó a más de 4.000 niños, de 9 o 10 años, que dormía al menos nueve horas al día —y que los comparó con una cifra similar que dormía menos de esa cantidad— alertó de más papeletas de sufrir problemas de salud mental y de comportamiento.
Menos sueño se relacionó con estrés, depresión, ansiedad y agresividad. Aquellos que dormían mal tenían problemas para resolver conflictos, tomar decisiones y aprender.
Ahora, otra nueva investigación realizada por neurocientíficos de la Universidad de Colorado y que recoge The Conversation aporta una nueva evidencia de que dormir menos horas y acostarse más tarde están relacionados con cambios funcionales potencialmente dañinos en partes del cerebro importantes para afrontar el estrés y controlar las emociones negativas.
El propósito del equipo era ahondar en cómo las desventajas socioeconómicas afectan la salud del sueño y el desarrollo del cerebro en los niños. Para ello reclutaron a 94 niños de 5 a 9 años de familias neoyorquinas con diferentes perfiles socioeconómicos. Alrededor del 30% tenían ingresos por debajo del umbral de pobreza de Estados Unidos.
Los padres informaron sobre las rutinas, la hora de levantarse y acostarse de los niños y su entorno de sueño. A la par, también se realizaron resonancias magnéticas para comprender el tamaño de la amígdala cerebral, que envía información relacionada con el miedo y la ansiedad a los centros nerviosos superiores.
Los niños con menos recursos se acuestan más tarde y duermen menos horas
Los niños de las familias con menos recursos mostraron una peor rutina de sueño: se acostaban más tarde y dormían menos horas, lo que se relacionó con un tamaño reducido de la amígdala y conexiones más débiles entre la amígdala y otras regiones del cerebro que procesan las emociones.
Este vínculo entre la desventaja socioeconómica, la duración y el horario del sueño, y el tamaño y la conectividad de la amígdala se encontró en niños de tan solo 5 años. Los niños de las familias y barrios con bajos ingresos tienen, por tanto, más riesgo de sufrir problemas de salud mental relacionados con el estrés, así como un bajo rendimiento académico.
Los hogares con problemas para llegar a final de mes tienen también más dificultades para establecer rutinas consistentes. A veces también sufren de hacinamiento, vecindarios más ruidosos, carencia de una cama cómoda o demasiada luz y calor para un buen descanso.
“Es posible que las intervenciones para mejorar el sueño deban comenzar antes de la adolescencia para que sean óptimamente efectivas”, concluyen estos investigadores procesamiento de las emociones”, alertan los investigadores y autores del artículo.
Dado que el cerebro se desarrolla a gran velocidad durante la infancia —y que las experiencias infantiles pueden tener una huella de por vida—, estos hallazgos pretenden servir para garantizar recursos económicos para todas las familias. Los autores apoyan ayudas económicas para las familias que respalden la salud cerebral, mental y el éxito académico de los niños.
“Es posible que las intervenciones para mejorar el sueño deban comenzar antes de la adolescencia para que sean óptimamente efectivas”, concluyen estos investigadores.