Hubo un tiempo, no tan lejano aunque hoy lo parezca, en que en España parecía que levantar una ronda de financiación era algo sencillo. Tras una pandemia que dejó a los inversores con dinero quemándoles en el bolsillo, el año 2021 trajo consigo dinero, mucho dinero para las startups.
Abundaron millonarias rondas presemilla y semilla en empresas que apenas tenían un vago concepto. Y entre las que ya tenían un producto medianamente comercializable, las series en muchos casos se sucedieron una tras otra hasta agotar el abecedario.
Como consecuencia, nunca se movieron tantos billetes. En concreto, según la Fundación Bankinter, sostenidas por las megarrondas, las startups nacionales recaudaron más de 4.000 millones de euros en 2021, casi 4 veces más que un pobre y pandémico 2020.
Aquello fue motivo de celebración y orgullo. No era para menos. Al fin, poco a poco, España alejaba la idea de que para crecer de verdad las startups tenían que mudarse a EEUU, a lugares como Silicon Valley, donde miles de poderosos fondos de inversión con los bolsillos llenos compiten ferozmente entre ellos por encontrar el próximo unicornio: el próximo Google o el próximo Apple.
No muchos anticipaban entonces lo que ha ocurrido en los últimos meses. Para atajar una inflación disparada por factores como la invasión rusa de Ucrania, las bancos centrales de todo el mundo han subido los tipos de interés, lo que ha encarecido notablemente el acceso a liquidez.
Esto quiere decir, simplificando, que los fondos de inversión ya no pueden gastar dinero con tanta alegría.
Esto ya se nota. En lo que va de año, la inversión en startups en todo el mundo se ha retraído un 23% con respecto al año pasado, según un estudio de la consultora CB Insights. Lo hace arrastrada por factores como los malos resultados bursátiles cosechados este año por las grandes tecnológicas.
Estas se han visto abandonadas por unos inversores que, llegado el momento de la verdad, cuando la palabra recesión planea sobre las economías de todo el mundo, han abandonado la palabra innovación para poner pies en polvorosa y refugiarse en valores como el oro o los bonos del tesoro.
El movimiento ha pillado en fuera de juego a muchas startups que han diluido su capital con fondos de inversión tecnológica que ya no parecen tan dispuestos a sostenerlos si antes no empiezan a dar algo de retorno.
Acceleration Robotics y Lico Cosmetics, dos ejemplos contraculturales
No es el caso de startups como Acceleration Robotics y Lico Cosmetics, dos startups que en 2021, mientras corrían días de vino y rosas, resistieron la tentación de acudir a rondas de inversión para apostar por crecer a pulso, esto es, sostenidas solo por su caja, su capacidad de generar negocio.
La primera está liderada por Víctor Mayoral, un ingeniero experto en robótica y tecnología que en 2017 fue señalado por el MIT como uno de los talentos tecnológicos españoles más prometedores. Con este, suma su cuarto proyecto empresarial con apenas 33 años.
Pero Mayoral es, ante todo, un hombre escarmentado.
«Acceleration Robotics se construye sobre una década de experiencia. En este tiempo he tenido éxitos, pero también fracasos», empieza explicando Mayoral.
En el capítulo de las derrotas guarda un especial lugar en su memoria a lo que le ocurrió a uno de sus proyectos hace unos años. Este, relata mayoral, recibió el espaldarazo de un potente fondo de inversión que procedía de una gran empresa tecnológica internacional.
El proyecto parecía ir sobre ruedas: la empresa de Mayoral había levantado una importante cantidad de dinero y había conformado un equipo potente.
Con ello, respondía a las expectativas de una gran empresa con la que había diluido capital y con la que, llegado el momento, podrían surgir un montón de interesantes sinergias. Es el sueño de todo proyecto empresarial que está empezando.
Sin embargo, casi de un día para otro, todo se torció. La gran corporación en cuestión declaró malos resultados y cortó el grifo. Finalmente, lo que debía convertirse en un impulso se convirtió en un lastre, una rémora insalvable.