Sí, el dinero compra la felicidad, aunque no existe una cifra salarial mágica que desbloquee la felicidad personal de cada una. Sin embargo, la lucha por ser más feliz puede estar manteniendo alta la desigualdad.
Así se desprende de un nuevo estudio de Matthew Killingsworth, profesor de Wharton People Analytics que ha investigado en profundidad la relación entre dinero y felicidad.
El último estudio de Killingsworth, en el que se encuestó aleatoriamente a 33.391 adultos estadounidenses sobre cómo se sentían y otras medidas de su bienestar, analiza cómo aumenta la felicidad con los ingresos.
Su trabajo concluye que la cantidad de dinero necesaria para ser feliz se convierte en una meta que se mueve exponencialmente, lo que genera insatisfacción. El aumento de la felicidad al pasar de 10.000 a 20.000 dólares es el mismo que al pasar de 20.000 a 40.000, y de 40.000 a 80.000, y así sucesivamente.
“Si pensamos en la sociedad como una escalera de ingresos —en la que cada peldaño corresponde a un nivel de ingresos— por cada peldaño de la escalera que se sube, se obtiene la misma felicidad porque las diferencias en dólares son aún mayores”, relata a Business Insider.
Aunque los datos de Killingsworth no profundizan en lo que experimentan millonarios y multimillonarios, los resultados de su encuesta se centran en personas que ganan hasta unos 500.000 dólares al año, señala que sus conclusiones se podrían aplicar a quienes ganan salarios mucho más altos.
“Tiene sentido que el multimillonario quiera 5.000 millones si el patrón se replica hasta niveles más elevados. No lo sabemos con seguridad, pero es plausible”, afirma.
Sus conclusiones contradicen una creencia muy extendida: una vez que se llega a un determinado nivel de ingresos, más o menos se ha alcanzado el máximo de felicidad que se puede comprar.
Esa línea de pensamiento —apoyada por diferentes investigaciones— sugiere que si se alcanza un salario de 100.000 dólares, por ejemplo, el dinero que se gane además de esa cifra, no reflejará un aumento sustancial de la felicidad, y que existe un límite máximo de felicidad que se puede conseguir ganando más dinero.
Killingsworth señala que su investigación podría ofrecer algunas pistas sobre uno de los principales fenómenos económicos de las últimas décadas: la desigualdad de ingresos. Cada vez se necesita más dinero para ascender en la escala de la felicidad, y a medida que aumenta el patrimonio, también lo hace la cantidad necesaria para ser más feliz.
Siempre queremos más
“Aunque te vaya bastante bien, seguirás queriendo más”, afirma Killingsworth. “No es necesariamente ser avaricioso. Quieres exactamente el mismo beneficio que siempre has obtenido y para ello, hace falta un poco más de dinero”.
Pero aunque se trate de un impulso individual comprensible, tiene repercusiones para la sociedad en su conjunto. Esos 5.000 millones de dólares extra que un multimillonario podría destinar a mejorar su felicidad podrían ir “mucho más lejos” e impulsar el bienestar de las personas que ganan menos, afirma Killingsworth.
Desde una perspectiva más amplia, los resultados revelan la tensión que debe equilibrarse en las decisiones políticas y empresariales. El autor señala que “tiene sentido” que cada persona quiera más, y la relación exponencial concluye que no hay un nivel en el que eso se detenga.
Killingsworth Afirma que probablemente siempre tenga sentido pagar un salario más alto a las personas más productivas en el puesto más productivo —así es como las empresas pueden retener a sus mejores trabajadores, en muchos casos—, pero esta iniciativa podría no repercutir en el nivel de felicidad colectiva.
A nivel empresarial, estas conclusiones podrían tener importantes repercusiones éticas. A las empresas les gusta dar grandes primas a los que más ganan —hay muchas críticas de trabajadores y responsables políticos que se lamentan de las grandes primas que reciben los directores ejecutivos—, pero pensar en cómo gastan esos dólares podría tener un gran impacto en los niveles de felicidad.
“Si eres Google y estás dando primas a la gente, ¿deberías gastar un dólar extra para dar una prima a la persona que gana 5 millones de dólares o gastar ese dólar en alguien que gana 50.000 dólares? Bueno, puede haber razones por las que tengas que dar una bonificación a la persona que más gana, y tal vez se lo esté ganando, eso podría ser lo correcto”, anota Killingsworth.
“Pero si pensamos en qué parte de su vida va a tener más impacto este dólar, tendrá un impacto mucho mayor en la persona con el salario más bajo”, concluye. En temas de felicidad y dinero, nunca llueve a gusto de todos.