La utilidad del efecto placebo se ha estudiado durante cientos de años. Se usa tanto en investigación científica, para comprobar que la cuestión sujeta a experimentación es realmente eficaz, como en entornos sanitarios. Esto último es mucho menos habitual. Éticamente, no suele estar recomendado utilizarlo. No obstante, en ciertas ocasiones puede ser una buena opción frente al uso de algunos fármacos. Ahora bien, ¿puede hacerse lo mismo con las intervenciones quirúrgicas?
El placebo suele ser eficaz sobre todo en el tratamiento de enfermedades o síntomas que pueden tener algún componente psicosomático. Si bien no se conocen con certeza los mecanismos cerebrales implicados, se cree que su eficacia puede deberse a la liberación de neurotransmisores como las endorfinas, capaces de actuar como analgésicos y producir sensación de bienestar. Lógicamente, un placebo no puede curar un cáncer o una diabetes. Y tampoco parece que pueda sustituir a una operación, pues la eficacia de las mismas no suele depender de la confianza de los pacientes en la curación.
Sin embargo, en la década de 1990 un científico llamado Bruce Moseley demostró que el efecto placebo en una operación conocida como artroscopia de rodilla sí podría ser útil. Más tarde, otros científicos han hecho lo propio con muchas otras intervenciones quirúrgicas. Quizás sí que haya cierta eficacia. ¿Pero podemos asegurar realmente que se trate de un efecto placebo?
La historia y la utilidad del efecto placebo
El efecto placebo fue descrito por primera vez por el médico inglés John Haygarth. En el siglo XVIII era habitual tratar el dolor de las articulaciones pasando por encima una varilla de metal. Supuestamente, sus propiedades electromagnéticas actuaban sobre el organismo de los pacientes y paliaban su dolor. Haygarth no tenía muy claro que esto realmente funcionase, a pesar de los buenos resultados que veía en sus pacientes. Por eso, en 1799 diseñó un innovador experimento.
Fabricó unas varas de madera que al tacto eran aparentemente idénticas que las metálicas que se usaban para tratar el dolor. Después, las usó con varios pacientes con dolor articular sin decirles si estaban usando la metálica o la de madera. Los resultados fueron prácticamente los mismos cuando se les preguntó si sentían menos dolor.
Desde entonces, otros muchos científicos han estudiado el poder del placebo. Lógicamente, siempre que haya una patología se da prioridad al tratamiento real. No obstante, en personas con síntomas psicosomáticos puede ser una buena alternativa al consumo innecesario de fármacos. También se ha estudiado su utilidad en enfermos crónicos, como sustitución al tratamiento habitual después de cierto tiempo. Hay muchas ideas al respecto, pero lo que nadie puede discutir es que el efecto placebo funciona. De hecho, es la razón por la que hay tantísimas pseudociencias que parecen ser eficaces. Cualquiera que se haya sentido más tranquilo tras tomar un remedio homeopático para la ansiedad ha vivido el efecto placebo en su propia piel.
¿Qué pasa con las cirugías?
Una artroscopia es una intervención quirúrgica en la que se coloca un tubo metálico para reparar el cartílago dañado en una articulación. Además, se aprovecha la operación para retirar fragmentos de hueso que puedan estar produciendo dolor. Todo esto bajo el efecto de analgésicos, por supuesto.
Moseley tenía que realizar esta intervención a 180 personas con un dolor de rodillas muy intenso, que incluso les impedía levantarse de la silla. Sin embargo, decidió comprobar si una falsa operación podría ser eficaz por algo similar al efecto placebo.
Para ello, realizó la artroscopia normal a la mitad de los pacientes, pero diseñó una intervención distinta para el resto. Tras administrarles los analgésicos, se les hizo un corte en la rodilla similar al que se practica para introducir el tubo, pero no se introdujo nada ni se retiraron fragmentos de hueso. Mientras tanto, los sanitarios en el quirófano imitaban los movimientos y sonidos de la operación.
Durante dos años se hizo el seguimiento de estos pacientes y se comprobó que no había diferencias significativas entre los dos grupos, ni a nivel de dolor ni de capacidad de movimiento. Parecía que ese supuesto placebo les había funcionado.
Desde entonces, este tipo de intervenciones se han realizado como sustitución de otras, no solo con la artroscopia. El placebo se ha empleado en operaciones que van desde la vertebroplastia hasta la colocación de implantes para tratar la migraña. En estos y otros casos la intervención simulada también ha funcionado.
En realidad no es un placebo
Jeremy Howick, de la Universidad de Leicester, ha explicado en un artículo para The Conversation que, en realidad, estas operaciones simuladas no se rigen por el efecto placebo. Si los pacientes mejoran tras la intervención no es por ningún proceso fisiológico relacionado con su cerebro. Se debe más bien a que, ante los cortes que se realizan en el quirófano, el cuerpo pone en marcha mecanismos de cicatrización que también resultan beneficiosos frente a las patologías o síntomas por los que se realiza la operación.
Por ese motivo, este científico propone dejar de conocer estas operaciones como una forma de efecto placebo y rebautizarlas como “cirugía mínimamente invasiva”. Es solo una cuestión de nomenclatura, pero quizás podría ayudar a hacer frente a los recelos éticos que suele haber a la hora de realizar estas cirugías.
Por un lado, se evita mentir a los pacientes. Howick explica que también se han realizado estudios en los que se les ha informado del tipo de intervención que iban a recibir y les ha funcionado igualmente. Esto posiblemente no pasaría con un placebo. Por otro lado, el hecho de que haya un fundamento fisiológico, que no tiene nada que ver con lo psicosomático, lo apoya como tratamiento real, más allá del placebo.
De momento no es algo que suela hacerse, pero quizás lo veamos más habitualmente en un futuro. Cuenta con beneficios como un menor riesgo de infección o de complicaciones por la cirugía. Si de verdad se demuestra con solidez que funciona, ¿por qué no probarlo?