La mayoría de las relaciones que mantenemos tiene, en principio, una naturaleza simétrica. El hecho de que no sea así puede ser realmente frustrante. ¿Qué puedes hacer cuando sucede esto y empiezas a sentirte mal?
¿Te cuesta ser justo en tus relaciones? ¿Consideras que los demás han sido injustos contigo? A veces hay una gran diferencia entre lo que damos y lo que recibimos, y viceversa. Podíamos comparar toda relación con una danza en la que los bailarines intercambian gestos, posturas y acrobacias, dando lugar a un bello espectáculo. Si estos gestos y posturas se dan de manera desigual, si hay ausencia de justicia en las relaciones, el resultado puede ser desagradable.
En toda relación existen intercambios. Intercambiamos gestos y miradas, pero también información y conductas prosociales o favores. Las relaciones implican cuidado mutuo a la hora de coconstruirlas y cocrearlas. Cuando la balanza entre lo que se hace por la otra persona, y lo que la otra persona hace por nosotros no está equilibrada -la relación no es simétrica-, puede aparecer un sentimiento intenso de valencia negativa: la inequidad.
«La vida no puede subsistir en la sociedad sino por concesiones recíprocas».
-Samuel Johnson-
¿Qué es la inequidad?
La inequidad en el contexto de las relaciones sociales es la emoción que aparece cuando la persona percibe que da más de lo que recibe, dando lugar a una relación desigual, parásita, injusta y que drena las reservas de energía. En el polo contrario, la justicia en las relaciones demanda un intercambio simétrico, es decir, recibir el afecto, la atención, un favor o tener un detalle al mismo nivel que los demás lo tienen con nosotros.
Cabe decir que, a pesar de que es posible que nunca haya un equilibrio perfecto en el momento actual, a lo largo del tiempo debería observarse el equilibrio. Tal vez ahora seamos nosotros quienes proveamos de tiempo, atención y cariño a la otra persona. Para que se produzca la equidad, será la otra persona quien en el futuro debería estar disponibles para nosotros.
«Las recompensas obtenidas deben ser proporcionales a las contribuciones o al esfuerzo empleado».
-Juan José Giraldo-
Las trampas mentales de la injusticia en las relaciones
Existen personas que actúan como agujeros negros: drenan la energía y después nos abandonan. Nos quedamos solos, vacíos y con el corazón roto. Para evitar que ocurra esto es importante poner límites. Esto implica comunicar asertivamente qué queremos, qué deseamos y qué necesitamos nosotros. Y si estas necesidades quedan insatisfechas, tal vez sea el momento de abandonar la relación.
Existen algunas trampas mentales en las que a veces caemos. Esto ocurre porque tendemos a confiar en que, en algún momento, la otra persona sostendrá con más vigor e interés la relación, aunque en el fondo sepamos que esto nunca ocurrirá.
«Un poco de reciprocidad recorre un largo camino».
-Malcolm Forbes-
¿Cuántas veces has decidido «no dar más»? ¿Y cuántas de esas veces has cedido?
Podemos decidir dejar de invertir en la otra persona. Esto podría estar bien. Esta estrategia, con el objetivo de que el otro se dé cuenta y cambie, puede llegar a frustrarnos. Cuando esta situación se prolonga en el tiempo, es probable que terminemos agotados, puesto que el hecho de sostener una relación desde una única posición es, por definición, imposible.
En una relación, sea del tipo que sea (de pareja, de amistad, familiar), la responsabilidad de mantenerla es de dos. Si el otro está ausente, la relación está abocada al fracaso.
«Seguro que ahora no puede» y «la próxima vez será diferente»
Cuando estas afirmaciones se convierten en la norma, en vez de en la excepción, deberíamos alarmarnos. Es un signo de que algo dista de marchar bien. Reflexionemos sobre si nuestro esfuerzo, tanto físico como mental, está dando sus frutos.
Cuando nos decimos estas frases, nuestro malestar suele disminuir porque lo sustituimos por una emoción muy relajante: la esperanza, la fe en que en el futuro todo cambiará. Sin embargo, esto también evita que asumamos aquello de que, en el fondo, sabemos que nunca ocurrirá.
«Me gustaría que cambies porque me hace daño tu forma de tratarme»
Este es un mensaje extraordinario. De hecho, es el punto de partida si queremos establecer ciertos límites. El hecho de comunicar qué nos hace daño en una relación es importante cuando, a pesar de ello, queremos mimarla para que siga evolucionando. Sin embargo, si la otra persona se mantiene en su posición y persevera en las conductas que nos causan dolor, deberemos parar y reflexionar.
Resistencia al cambio
Somos capaces de oponer una resistencia extraordinaria ante las situaciones que demandan un cambio. Esto ocurre porque todo cambio lleva acoplado un proceso de adaptación que nos hace gastar más energía de la habitual. Esta resistencia aumenta si los cambios que se requieren tienen un impacto importante en el autoconcepto y la autoestima.
Si sentimos ausencia de justicia en las relaciones, porque «damos mucho más de lo que recibimos», estaremos autosacrificando nuestro yo a expensas de favorecer a la otra persona. Sostener esta situación en el tiempo puede ser muy frustrante, razón por la que debemos parar a reflexionar si queremos seguir invirtiendo en ella. ¿Merece la pena sostenerla?
«Todos hemos tenido ese miedo, esa desesperación de perder a alguien, o este deseo feroz porque no es recíproco. Mientras menos reciprocidad haya, más deseo tenemos».
-Emmanuelle Beart-