El boom de servicios bajo demanda y los elevados niveles de producción original por parte de las plataformas de streaming, sumado a la oferta de los canales de televisión convencional, comienza a hacer mella en el espectador.
Los datos dan cuenta de la magnitud del problema: en la actualidad los consumidores tienen más de 800.000 programas entre los que elegir, un 18% más que en 2019, según Nielsen.
El boom de servicios bajo demanda y los elevados niveles de producción original por parte de las plataformas de streaming, sumado a la oferta de los canales de televisión convencional, comienza a hacer mella en el espectador.
Los datos dan cuenta de la magnitud del problema: en la actualidad los consumidores tienen más de 800.000 programas entre los que elegir, un 18% más que en 2019, según Nielsen.
Landgraf venía de un entorno en el que las series se producían y estrenaban siguiendo las lógicas de la televisión: se hacían para ocupar un tiempo determinado y buscaban que el mercado fuese capaz de absorberlas. Las series, semanalmente, tenían que demostrar que conectaban con una audiencia lo suficientemente grande como para que compensase darles continuidad.
Y si no era así, se cancelaban.
Las plataformas de streaming, sin embargo, tenían objetivos distintos y sus prácticas le dieron la vuelta al modelo tradicional. Su beneficio dependía de que muchos suscriptores estuviesen dispuestos a pagar una suscripción todos los meses del año. Eso provocó que el interés dejase de centrarse únicamente en el funcionamiento individual de los contenidos y se ampliase a la cantidad total de horas de visionado que la oferta conjunta de contenidos fuese capaz de generar.
Mantener vivo el interés del ya cliente y llamar la atención del que no se tradujo en un ritmo frenético de producción que, sin duda, impulsó su crecimiento en una primera etapa de expansión. Pero, en paralelo, puso de manifiesto dos inconvenientes.
El primero de ellos quedó claramente expuesto a principios del año pasado. Cumpliendo los peores pronósticos de Landgraf, ese modelo de producción demostró lo poco rentable que era cuando los crecimientos comenzaron a moderarse e, incluso, a desplomarse (como le pasó a Netflix). Sin el dinero de las tarifas garantizado, todas las miradas se posaron en las cifras de beneficios que, para estupor del mercado, eran prácticamente inexistentes.
El segundo inconveniente se empezó a poner de manifiesto cuando aumentó el número de competidores en el ámbito del streaming, todos ellos con una lógica de producción similar y unas estrategias para ganar cuota de mercado diferente a la de la televisión.
Una cadena “robaba audiencia” a una cadena competidora contraprogramando, es decir, emplazando un programa a la misma hora para conseguir seducir al espectador con una oferta más atractiva. El volumen de la oferta, por tanto, seguía relativamente controlado.
En el entorno bajo demanda, sin embargo, las plataformas se podían permitir una técnica distinta: la super programación, esto es, ofrecer bastante cantidad de estrenos con gancho suficiente para llamar la atención de los usuarios y que estos los agregasen a su lista de próximos programas que ver.
Esto, en teoría, multiplicaba las posibilidades, pero también ha incrementado la percepción de saturación. Tanto que el usuario está a un paso de decir basta.
Enfermos de FOMO
El FOMO, acrónimo en inglés del “miedo a perderse algo”, se ha convertido en uno de los dramas del primer mundo. Las plataformas saben que llamar la atención del espectador no es tarea fácil, de ahí que se hayan redoblado los esfuerzos promocionales para que la gente sepa que tal o cual contenido se estrena y que se puede ver en este o aquel servicio.
El resultado de la generalización de estas prácticas ayuda a explicar que, según el estudio State of Play conducido por Nielsen, un 46% de los usuarios de plataformas se sientan abrumados tanto por el número de plataformas como por los títulos disponibles, lo que dificulta no solo elegir algo que ver, sino también averiguar en qué plataforma en particular está disponible.
Los servicios de streaming tienen ante sí no solo un importante reto de usabilidad. Simplificar las elecciones del usuario y acertar en las recomendaciones es algo vital para que se pueda gestionar tanta oferta.
El streaming también tienen un problema de ecosistema y ese, lamentablemente, tiene peor solución. La fragmentación de audiencias unida a la ansiedad que genera la saturación de referencias proyecta una sombra sobre la producción audiovisual y podría comprometer todavía más su rentabilidad.
La coyuntura económica invita a cambiar de plataforma como quien cambia de camisa y, por extensión, las probabilidades de que las series encuentren un público se reducen todavía más. El estrés que genera de tener demasiada televisión al alcance va a ser un hueso duro de roer.